Ya nos lo dice
el autor en la introducción como afirmación corpórea: “La sociedad es algo más
que un número de individuos”. Afirmación, estoy seguro, no gratuita y que
esconde tras de sí una doctrina cuasi gestáltica que niega la visión de la
individualidad económica; De la idea del individuo que en busca de su propia
felicidad favorece per – se a sus
congéneres. Así el sistema económico no es un intercambio de simples bienes (o
servicios), sino también “entre hombres y
cosas”. Afirmada la relación “entre
los hombres y las cosas” entendemos que el libro se oriente hacia las
relaciones (sociales) en relación a la producción y la distribución.
Dos
consideraciones iniciales sobre las relaciones sociales: a. Estas son (en el ámbito de la producción) un problema histórico
de tensiones sistemáticas que provienen de los agentes que ocupan las posiciones
de capital u de trabajo en los procesos productivos. Por tanto el análisis no
debiera circunscribirse a una época particular, si bien es cierto, que Carl
Marx eligió la producción industrial como la más importante y representativa de
las sociedades modernas. b. El análisis de estas debe circunscribirse
a aquellas que se desgranan de la relación trabajo – capital. El resto de las
relaciones sociales deberán incorporarse para un análisis ulteriormente.
Hemos de convenir
por claridad expositiva que las relaciones a las que hacemos sistemáticamente
alusión son aquellas capitalistas (entre capitalista y asalariado) y la
necesaria existencia de una mercancía que se intercambia; bien en base a una
relación entre consumidor y objeto consumido, en función de un valor de uso, o
bien en relación al valor cuantitativas entre las propias mercancías intercambiadas
en función de un valor de cambio. Así, en el marco de un sistema capitalista,
nos explica Sweezy, el valor de cada mercancía se asume diferente a la propia
utilidad de aquel que lo consume, para depender de formas menos naturales y
universales: La división del trabajo, la producción privada y la posición que
ocupan los agentes respecto a ambas.
Así, toda
mercancía conlleva implícito un trabajo “abstracto” (abstracto en el sentido de
amplio o general) cuyo sumatorio representa al menos una parte del valor de la
propia mercancía. Es decir, el trabajo abstracto se materializa en un valor
concreto; o dicho de otra manera: el número de unidades (horas) de trabajo se
relacionan con un valor monetario concreto. Este es el elemento fundamental para
la comprensión del valor de cambio.
De manera que,
aparece la contradicción entre el capitalismo y la afirmación primera del autor
en la introducción; la contradicción entre la relación entre los hombres (visión
de Sweezy) y la relación entre los hombres intermediada irremediablemente a
través de las mercancías. Y así, el sistema se apodera de las relaciones entre
los hombres, dominando estas y su comportamiento.
Asumiendo todo
lo anterior, en una sociedad capitalista, el valor imperante es el de cambio
que es aquel asignado en función “de las leyes
que gobiernan la asignación de la actividad productiva”. Así, el estudio de
este valor puede ser afrontado cualitativamente o cuantitativamente. Asunto
este de la cuestión cuantitativa que el autor aborda en el capítulo III. De manera critica a Marx se afirma que las mercancías
han de cambiarse en el mercado, pero no necesariamente en valor 1:1 en función
del valor de horas de trabajo:
-
Al mismo número de unidades de tiempo invertido
en su producción o en su caso, el mismo tiempo de trabajo socialmente necesario
en condiciones normales no generan en el mercado el mismo valor monetario).
-
El trabajo más cualificado (en el libro
traducido como calificado) debe tener una mayor capacidad de producir valor.
Sin embargo, afirma
Sweezy que la argumentación Marxista de la reducción de todo trabajo a simple
es cierta, en parte porque no es demostrable que la mayor cualificación del
obrero para crear valor añadido pueda deducirse del mayor valor de su producto.
Añade además
respecto de la proporcionalidad del intercambio las visiones de otros autores
diferentes a Marx, como la idea de Smith de “que
la competencia en una sociedad de producción, la oferta y la demanda estarán
equilibradas sólo cuando el precio de cada mercancía sea proporcional al tiempo
de trabajo requerido para producirla”, para después incorporar la
afirmación de Marx en el Volumen IIIº de que “la relación de demanda y oferta explica […] por una parte solo las
desviaciones de los precios de mercado con respecto a los valores de mercado, y
por la otra la tendencia a balancear estas desviaciones” o que “En
el momento en el que la oferta y la demanda se equilibran mutuamente cesan de
actuar y el precio de mercado de una mercancía coincide con su valor real”.
Pero, en
cualquier caso, continua el autor, la cuestión de la relación y proporción de
cambio de mercancías no solamente depende de lo ya dicho, sino también de otros factores (nuevamente estudiados por Marx)
como la distribución del trabajo, la información sobre el costo relativo del
trabajo y la información sobre la intensidad de la demanda (necesidades sociales
como valor de uso en la escala social y la capacidad de compra del consumidor).
Claro, nos
dice Sweezy, el problema no es la demanda (preocupación sistemática de autores
precedentes a él como Keynes por ejemplo), sino la distribución de los ingresos
(que por cierto es según Marx un reflejo de las relaciones de producción que a
su vez son causa de la estructura social particular de una sociedad capitalista).
De manera que el ingreso según Marx “está
dominada por la distribución del ingreso” y que por tanto el problema del valor debiera “ser abordada más bien por la vía de las relaciones de
producción”. Porque, las necesidades se cubren tanto en cuanto se cuente con
ingresos suficientes, más allá de valoraciones subjetivas.
Excepción a
estas formas capitalistas de asignar un valor es el precio del monopolio que es
determinado por la apetencia de comprar y por su capacidad de compra (ya que el
precio asignado es aquel de la producción general y el valor del producto y
diferente al precio que se le hubiera asignado en régimen de competitividad).
Este proceso
mercantil, que debía responder a un esquema muy simple de Mercancía que se vende – Dinero
que se consigue – Mercancía que se
compra (y que se vende) (M –D –M´) queda diabólicamente transformado (según Marx)
en la que el dinero es el principio y el fin de todas las relaciones sociales (D-M-D´);
de manera que a la mercancía se incorpora la fuerza de trabajo y por tanto el
trabajador mismo[1].
Así, en un
sistema capitalista, el valor total de una mercancía se divide en tres
componentes: El capital constante (c): el valor de los materiales y la
maquinaria utilizada (y que se mantiene constante de origen a fin); el capital
variable (V): resumida en la fuerza de trabajo y al ser variable es la que
permite que su depreciación genere la plusvalía y la plusvalía misma (que no
produce plusvalía porque lo es en sí
misma). De tal modo que:
Valor Total: c + v + p
La explicación
marxista entre esta fórmula y la depauperización del proletario se expresa a través
de la conocida “tasa de plusvalía”, que supone considerar la “c” constante y
por tanto hace esta mayor sólo si el capital variable disminuye (lo que es
sobre todo el salario de los trabajadores o el aumento de las jornadas de
trabajo a precio constante). En la teoría marxista, esta fórmula es el origen
de la tasa de ganancia (la proporción de plusvalía respecto al desembolso total)
o la composición originaria del capital (de manera que es matemáticamente
demostrable que la forma de aumentar la plusvalía es la misma que la de
ganancia)[2].
Sobre la tasa
de ganancia observaba Marx una tendencia descendiente y que para Marx tiene carácter
de tendencia, y por tanto en parte paliable o contrarrestable a través por
ejemplo del abaratamiento de los elementos del capital constante y variable (reduciendo
costos vamos…) a través (entre otros mecanismos orientados más a la reducción
del capital constante) de la depreciación de salarios, el aumento de las horas
de trabajo o la intensidad de este. Además de producir una tendencia evidente
que es que si la tasa de ganancia se reduce, para que el capitalista se lleve
el mismo beneficio bruto o le aumente requiere casi irremediablemente de
aumentar la cantidad de producción (y por tanto una aceleración significativa
de la producción, lo que además sobreexplota el medio).
Otros
elementos que influyen en la tasa de ganancia son el comercio exterior (que
puede abaratar la adquisición de materias primas), las fuerzas sociales (sindicatos,
organizaciones patronales) o modernamente, la deslocalización de la producción.
Tras esto Sweezy
aborda el tema de la acumulación y el ejército de reserva. El primer paso para
la acumulación es por supuesto lo que el autor denomina reproducción simple (que
supone que de manera global el capitalista recupere el total de su inversión
inicial y gaste el restante de la plusvalía en consumo y que el obrero gaste el
total de su salario también en consumo) y que permite que año tras año el
proceso de producción capitalista pueda continuar en un nuevo ciclo.
La explicación
de los procesos de acumulación se explican aquí a través de “Ceteris paribus” en
el que se divide la industria en dos grupos:
a.
Aquellos que producen los medios de producción.
b.
Aquellos que producen los bienes de consumo.
De modo que a
cada uno de ellos se le supone un valor total en relación a las variables
explicadas con anterioridad (costes fijos, costes variables y plusvalía). Así,
para cumplir el requisito de la reproducción simple, el capital constante usado
(c) debe generar una producción tal que permita el consumo combinado de obreros
(salarios) y capitalistas (plusvalía). Por tanto (y esto puede ser explicado
matemáticamente): el capital constante de la producción de artículos de consumo
ha de ser igual al variable de la producción de los medios de producción más su
plusvalía resultante:
C2: v1 +p1
Claro, la
demanda total es la suma de los salarios y las plusvalías y que, dice Marx, es difícil
que sin planificación previa lleguen a igualarse. De modo que estas probables discrepancias entre la oferta y la
demanda se manifestarán en trastornos generales del proceso productivo.
Pero, de donde
viene la acumulación capitalista si, como hemos afirmado “ceteris paribus” este
consume por definición toda la plusvalía?. Pues en realidad, no lo hace (y aquí
una de las contradicciones entre dos conceptos como la Reproducción simple y la
acumulación de capital), ya que el interés fundamental del capitalista no es el
del valor de uso sino el de ampliar su capital. Así, la tendencia será a
aplicar la mayor parte de su plusvalía en nuevo capital que le permita
apropiarse de más plusvalía. Por tanto, esta no será utilizado en consumo, sino
en inversión (forma particular de consumo que no genera en sí mismo un valor de
consumo). Así, el capitalista es también absorbido por la lógica del sistema,
en vez de buscar “un fin positivo” de su propia riqueza (porque acumular y
consumir son acciones contrarias). No obstante, con mayor o menor valor
añadido, ambos tipos de consumo (consumo e inversión) promueven por igual la
demanda (independientemente de la diferencia en el valor de uso entre ambos), lo
que permite mantener el statu quo.
Además, Marx
encontraba una lógica maquiavélica en el hecho de que el capitalista decidiese
no consumir su plusvalía más que en inversión, ya que, como esta se orienta a
capital constante y variables, aumentar
la plusvalía, pasa por reducir el capital variable de la operación y por tanto,
y nuevamente, la depauperización del obrero. Pudiera parecer, nos die Marx, que
el aumento de la acumulación de capital genera un aumento de los salarios, pero
el mismo nos explica que en un sistema capitalista el precio de la mano de obra
responde a la ley de la oferta y la demanda (como cualquier otra mercancía) y
que por tanto, una masa de población dispuesta a trabajar pero que no encuentra
donde, empujaría significativamente los salarios hacia abajo. El acuña esta
masa como el “ejército de reserva de trabajo” o “población excedente relativa”.
Por otro lado,
Marx habla de la transformación de los valores en precios. Para ello supone que
la ley del valor controla directamente los precios de todas las mercancías. Esto
implica suponer que la composición orgánica el capital es la misma en todos los
sectores productivos; pero en la vida real esta es (según ejemplo del propio
Sweezy) “relativamente alta en la
industria eléctrica y relativamente baja en la industria del vestido”.
Así, los
capitalistas trataran de maximizar la tasa de ganancia (hasta que ya ninguno
pueda mejorar su situación), aunque el soluciona este problema afirmando que lo
que el capitalista buscará será un porcentaje sobre la inversión, es decir: una
“tasa media de ganancia” y de esta manera los valores se traducirían según Marx
en determinados precios.
Sweezy califica
este método de cálculo como insatisfactorio. Expone así otros métodos
alternativos como el método Bortkiewicz
(basado en la misma idea original de Marx de que los precios se derivan
e los valores).
Por otro lado,
Marx observó en una clara tendencia cíclica del sistema capitalista, por lo que
a los problemas ya consignados se le sumo otro de proporciones inmensas: La
naturaleza cíclica de las crisis capitalistas. Para ello hemos de volver a
recurrir a la fórmula ya explicadada D – M – D´. circuito donde el capitalista comenzaba
con un capital original que pretendía ampliar a través de las mercancías (circuito
en el que “todo empieza y termina en el dinero). Claro, le incremento entre D y
D´ no tiene por su mismo un valor de uso (sino simplemente de cambio). Así, el capitalista
devuelve constantemente su dinero a la circulación con el objetivo de
incrementarlo y obtener ganancia.
Así, en este
simple proceso de incremento de D puede ocurrir que coyunturalmente a. este sea negativo (el capitalista
pierda dinero), lo que le hará retirar su capital, se reducirá la circulación y
comenzará una crisis seguida de sobreproducción o b. Descenso del incremento (es decir descenso de la tasa de
ganancia) que produciría un aplazamiento de las operaciones capitalistas temporalmente
(porque un capitalista, si quiere seguir siéndolo debe más tarde o más temprano
reinvertir), lo que conllevará nuevamente
crisis y superproducción. (por tanto, Marx demuestra que no es necesario
que la tasa de ganancia sea negativa para producir crisis de superproducción y
que basta en principio con que esta se reduzca sensiblemente). El `punto de
bajada peligroso es aquel en el que la tasa de ganancia cae por debajo del tipo
de interés.
Por otro lado,
además de crisis conocidas como de realización, en el que la
desproporcionalidad entre las diversas ramas de producción son la base de la
misma, nos encontramos que la tasa de ganancia tiene una tendencia decreciente
que para ser paliada genera tensiones (presión sobre los salarios, aumento de
las jornadas de trabajo, etc), pero además obliga a un aumento de la producción
significativo y sostenido en el tiempo para producir la misma ganancia neta con
tasas de ganancias menores. Esto en un contexto de bajada de salarios hace que
al final la producción total no encuentre mercados ni salarios suficientes para
asumirlas (recordemos que hemos convenido que la plusvalía no se destina al
consumo final).
[1] En este
punto, téngase en cuenta la consabida depauperización del proletario y la
reducción de sus medios de subsistencia hasta la pérdida de los mínimos para
continuar con su trabajo.
[2] No parece
este el formato más adecuado para explicar matemáticamente las deducciones de
la tasa de ganancia o la composición originaria de capital. Que el lector acuda
a la fuente original si lo desea.
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